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Este espacio se encuentra cerrado.

Caminaba a una cuadra de casa como casi todos los días desde hace más de 10 años. En realidad como nunca antes en mi vida.

Sentí escalofríos y me calló una lagrima.

Plaza Chile: ese lugar único. Ese lugar que cuando alguien pide cerrar los ojos e imaginar, inmediatamente suena, huele, se ve y siente. Ahí es donde voy con mi perro, en promedio, dos veces por día. Una a las 7 de la mañana (o ni bien despiertos) — otra a la noche. Y quien dice, si tiene-tenemos suerte, alguna que otra excursión más hacemos.

La plaza, más bien parque pequeño, tiene arboles de todo tipo, colores y olores. Verlos mutar al ritmo de las estaciones es un espectáculo. Tiene sombra, fuentes, pasto, monumentos de próceres, juegos para chicos, subidas, bajadas y hasta una embajada.

Hace 6 días un cartel amarillo cruza cada una de sus puertas:

“Este espacio se encuentra cerrado.”

La naturaleza, tras las rejas. Los juegos silenciosos mirando como desilusionados por tantos días sin visitas. Hoy, mi parque preferido esta cerrado. Tú parque preferido esta cerrado. Esa fracción de naturaleza incrustada en toneladas de cemento pidiendo que nos alejemos.

Mi pase a siquiera caminar por ahí y ver ese cartel es mi perro. En esta cuarentena solo se puede salir por ellos o a comprar lo más básico. Algún trabajo específico o al hospital.

Conecté la frase del cartel inmediatamente con infinidad de sensaciones antes vividas. Una voz en mi cabeza, esa que con el tiempo aprendí a escuchar, me leyó fuerte y claro:

“Este espacio se encuentra cerrado.”

¿Cuantas otras veces había sentido eso antes? Tantas…

Algunas muy bajito, otras, fuerte y claro. La mayoría, sin siquiera escuchar esa voz imperceptible que muchas veces intenté ignorar. Espacios vacíos, cerrados. Los creí abiertos, llenos o directamente desconocidos. Muchas veces los ignore por completo. Unos tantos fueron reconocidos y sabidos, otros pasan totalmente desapercibidos. Voluntariamente -o involuntariamente- cerrar espacios es una destreza extraña que tenemos.

Pero con el tiempo aprendí que los espacios cerrados a la fuerza por mi mismo (¿nosotros mismos?) son inviables. Y un día la naturaleza nos empujo hacia ese único espacio que nos ocupamos (o no) de generar y cuidar. A nuestras casas. Espacios, ahora cerrados al resto. Algunos pasando más tiempo con su familia de lo que hicieron en todo el último año. (claro que virtualmente cuenta, mucho menos, pero es una charla inédita!) Otros tantos solos en su espacio. Otros, solos. Muchos… casa? qué casa?

Seguí caminando y sentí un alivio repentino. Recordé cuando a los 13 años aprendí la famosa tercera ley de Newton: para toda fuerza, hay una reacción igual y contraria. Como el cartel de hace un rato, fue algo grabado que inmediatamente despertó muchas sensaciones. Causa, consecuencia.

(NOTA: que haya quedado grabado no quiere decir que haya sido mi forma de actuar durante los próximos 10 años de mi vida. En ese momento, lo entendí por cuanto duele la mano por pegarle a la pared. O por correr. O por un cohete, o una botella de mentos con coca light. Era un fanático de la ciencia -sigo siendo- y futuro ingeniero -hoy no soy).

MI LINEA DE TIEMPO IMAGINARIA (EL POR QUÉ DE MI ALIVIO)

Sentí alivio porque me imaginé un gráfico que hizo secar la lagrima que se cayó con ese cartel. Muestra un poco lo que estoy a punto de explicar– y el porque de mi alivio repentino)

La linea de tiempo que imaginé y el porque de mi alivio al pasarlo a escala. (claro que los calculos no fueron mentales…)

La física lineal lo explica (muy escuetamente, claro). Fuerza potencial, que se convierte en mecánica, cinética…Igual y contraria. Para toda acción, una reacción igual y contraria. Causa acumulada.

Podemos imaginar la cuadra que separa mi casa de Plaza Chile como el marco para mi línea de tiempo imaginaria. La historia del universo conocido. 100m que representan 13.500 millones de años. Desde los primeros homo-sapiens hace 2 millones de años, pasando por los primeros recolectores-cazadores que se ocuparon de extinguir a la megafauna hace unos 70.000 años. Hasta la revolución agrícola a la industrial. Años de acción, fuerza inconsiderada (con un crecimiento exponencial, palabra de ¿moda? hoy.) Claro que el tiempo es sólo una cuestión del enfoque y marco de referencia que le pongamos. Ene ese camino que me lleva a mi parque preferido, estos 2 millones de años representan tan solo 1cm. Ni siquiera pude levantarme de la silla. Y así sentirnos minúsculos. O tan solo 5 días en cuarentena pueden parecernos una eternidad. Esta fuerza creciente y lineal en contra de la naturaleza, nuestro espacio más inmediato por fuera de esos espacios propios -y únicos hoy abiertos- ha crecido exponencialmente. En los últimos 200 años de esta línea de tiempo esa fuerza es casi vertical. Eso representa 1 nanómetro de mi línea de tiempo imaginaria.

Hoy la naturaleza nos pide que nos alejemos.

“Esta espacio se encuentra cerrado”.

Recordar: a cada fuerza, le viene una igual y contraria: inmediata o potencial. Seguro, muchas veces antes un enemigo invisible amenazó — y acabó — con millones. (Esperemos solamente miles en este episodio). Pero nunca antes, desde la incesante revolución industrial y la tecnológica que la sigue el sistema nos expulsó. Hoy sentimos esa fuerza contraria a la nuestra:

Nos cerró SU espacio y nos encerró en NUESTRO espacio. Como muchas veces antes, como por primera vez en la historia.

DE COSAS CHIQUITAS Y UN POCO MÁS GRANDES

La física lineal mecanicista rompe todos sus esquemas cuando vamos a lo más minúsculo o lo más inimaginablemente grande. La física moderna es la puerta de entrada a entender un universo desconocido para nuestra limitada percepción sensorial. La materia como una manifestación más de la energía. Partículas subatómicas que componen un microcosmos de interrelaciones. Muchas de las culturas orientales lo predican con toda certeza: un todo, pranha, el ser como único componente del universo.

Un espacio “abierto”.

La materia, viva o no, como una manifestación de un sistema tan intrincadamente interrelacionado que sería -es- soberbio intentar describir lógicamente utilizando nuestro limitado lenguaje y conocimiento perceptual y empírico. Estas relaciones tan intrincadas, esta ciencia, creencia. ¿Realidad? es la que hoy nos obligo a poner pausa. Nos cerró el parque. Nos empujó, por una reacción lineal contraria en dirección pero no en magnitud, a frenar y tomar un respiro.

Es inconcebibe pasar por lo que muchas personas están pasando en este momento. Sin embargo, también lo fue durante muchísimos episodios; menos o más mortíferos; más o menos prolongados en la historia. Algunos de ellos luchando contra un enemigo común: otros humanos. Otros tantos -tal vez más reiterados que los últimos- contra un enemigo indefenso y oprimido. Ese espacio que hoy nos pide que nos alejemos. Al menos por una fracción de tiempo minúscula comparado con el que nosotros llevamos forzándolo. Su reacción hoy mediante un enemigo invisible. Sin dudas por eso asusta. No comprendemos su lógica hasta que de repente es nuestro peor enemigo.

En la era de la hiperconectividad estamos… ¿Conectados? Como nunca antes en la corta (¿o larga?) historia de la humanidad (¿acaso no lo estamos por definición?) ¿Qué ocurre ahora que conectamos todos nuestros problemas?

Como nunca antes, como por primera vez en la historia.

En ese centímetro de recorrido que tenemos como especie en mi camino al parque, llevamos menos de un pelo recorrido con la tecnología al lado.

Nuestra duración como especie en esta tierra va a depender directamente de cómo usemos la tecnología en estos días. Y después, claro.

Hoy, día a día, y en distintas partes del mundo aparecen carteles como ese amarillo que cruce hace una hora:

“El espacio se encuentra cerrado.”

Pero me siento aliviado porque tenemos ante nosotros una herramienta de infinito potencial a nuestro alcance más inmediato. Y no es la tecnología. La tenemos en nuestras caras, incluso mucho más tiempo de lo que la gran mayoría estamos acostumbrados a tener.

Nuestro espacio más cercano: nosotros.

Como muchas veces antes en la historia, pero sin dudas como nunca también. Interconectados, la naturaleza nos expulsó por un rato ¡A la cucha! Con enormes cantidades de información a disposición (de mejor, excelente o pésima calidad) y vínculos: esos que nos encargamos de tener -o no- bien cerca nuestro en caso de… bueno, una pandemia mundial.

En primer lugar, nosotros.

Familia.

Comunidades.

Ciudades.

Países.

“Este espacio se encuentra cerrado”

Uno dentro de otro. Uno por fuera del otro.

Una enorme mamushka de relaciones en capas poco permeables entre si (en cuarentena cada una de la otra).

En días donde muchas veces la única certeza -que tengo al menos yo- es que pasará, pero sin idea alguna del cuando, me siento aliviado. Creo que es una oportunidad de resurgir. Reconfigurar. Sin dudas decisiones, posiciones y actitudes que tome cada uno de nosotros en todo lo que se viene van a perdurar y contagiarse al resto. Como usemos este espacio se va a propagar al resto de nuestras vidas tan exponencialmente como nuestro nuevo peor enemigo. Sin dudas el impacto es inimaginable. Pero la reacción no fue igual y contraria a la fuerza que ejercimos nosotros en contra del sistema que funciona hace más de lo que representan esos 100 metros que me llevan al parque.

Si fuera igual y contraria, ni siquiera nos hubiera dado tiempo de volver a casa.

Mi alivio viene por el tamaño de oportunidad que reconozco ante este cierre repentino. Ante esta invitación a pausar y reconfigurar. Es hora de cuidar todos esos espacios más cercanos. Para que los espacios hoy cerrados se vayan abriendo nuevamente cuando pase todo. Desde el más próximo y en orden hacia fuera.

Y mantenerlos abiertos durante la mayor cantidad de tiempo posible.

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